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I. Sabiendo que el fin de todas las cosas se acerca, velad y orad
"Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios y velad en oración" (1 Pe 4:7).
Este pasaje, tanto en la Iglesia primitiva como en la Iglesia actual, es uno de los textos esenciales que siempre nos recuerda la urgencia de estar alerta. El apóstol Pedro divide de forma sencilla la vida humana entre "quienes viven conforme a la voluntad de Dios" y "quienes viven conforme a sus propios deseos" (2 Pe 3:3-4), exhortando a no perder la tensión escatológica. Esto significa mantener viva la esperanza de salvación y, a la vez, el temor reverente ante el juicio, de modo que conservemos la actitud de fe adecuada. Las palabras acerca del fin fueron interpretadas de diversas maneras hace dos mil años, en la Iglesia primitiva, pero el núcleo permanece inalterable: "Estad siempre despiertos delante de Dios".
El pastor David Jang suele citar con frecuencia este pasaje, enfatizando que "la visión escatológica no se basa en el miedo o la ansiedad vaga, sino que se convierte en un motor que despierta y responsabiliza al creyente". Cuando el ser humano se olvida de la obra de Dios y se aferra únicamente al ciclo repetitivo del mundo-primavera, verano, otoño, invierno-, la conciencia del fin puede ir embotándose poco a poco. Sin embargo, la Escritura rechaza rotundamente a los que, instalados en la comodidad, se burlan diciendo: "Todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 Pe 3:4). La obra salvífica de Dios trasciende la "repetición del tiempo" y posee un "propósito y dirección", cuyo cumplimiento final es la segunda venida de Jesucristo, el juicio final y la manifestación de cielos nuevos y tierra nueva (2 Pe 3:7-10).
Debemos reconocer la diferencia entre el "tiempo de Dios" y el "tiempo del hombre". Tal como se expresa en "para el Señor un día es como mil años y mil años como un día" (2 Pe 3:8), existe una diferencia cualitativa entre la manera en que Dios concibe el tiempo y la nuestra. Dios es paciente, esperando a que más personas se arrepientan y alcancen la salvación (2 Pe 3:9). Por lo tanto, el retraso aparente del fin no significa en absoluto que la promesa de Dios haya sido anulada. Más bien, demuestra que Dios extiende su paciencia con la esperanza de que más almas se vuelvan a él.
El año 2020, marcado por la pandemia, fue tan "lleno de sucesos y dificultades" (多事多難) que esa expresión se queda corta ante la multitud de crisis y cambios que afectaron al mundo entero. Se derrumbaron nuestras rutinas y se alteró el orden establecido. Al surgir situaciones impredecibles sin cesar, resonaron voces de temor y desesperanza en muchos rincones del planeta. Pero, simultáneamente, los creyentes intensificaron su oración con mayor clamor en medio de esta crisis y vivieron oportunidades y gracias concedidas por Dios. Al igual que dice la Escritura: "He aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová" (Is 60:2). El pastor David Jang ha repetido que, cuanto más profundo sea el sufrimiento, tanto más debemos aferrarnos a Cristo, la luz verdadera. De esa forma, si elegimos la esperanza en lugar del desánimo y la fe en lugar de la desesperanza, descubrimos la voluntad de Dios aun en los tiempos de dolor.
Entonces, ¿cómo transforma la vida cotidiana del creyente la convicción de que el fin se acerca? El apóstol Pedro dice: "Sed sobrios y velad en oración" (1 Pe 4:7), señalando dos acciones centrales: "estar en su sano juicio" y "orar con vigilancia". Estar sobrios no se reduce a llevar una vida moderada; implica ver el presente con la urgencia escatológica y reorientar el rumbo de la vida desde una perspectiva de fe. La oración es el canal que conecta nuestra limitación humana con la omnipotencia de Dios y, a la vez, la llave que, bajo la guía del Espíritu Santo, nos ayuda a buscar el camino correcto.
El pastor David Jang pone a menudo el ejemplo de la experiencia personal del apóstol Pedro. Este último, en el huerto de Getsemaní, no pudo orar y se durmió mientras el Señor oraba con sudor que caía como gotas de sangre (Mt 26:36 y ss.). Como resultado, terminó negando a Jesús tres veces (Mt 26:69-75), sufriendo una vergonzosa caída y un profundo arrepentimiento. Sin embargo, el mismo Pedro, que en su momento fracasó en velar y orar, más tarde, al escribir sus epístolas, enfatiza con firmeza: "Velad en oración". Es un contraste paradójico pero cargado de fuerza persuasiva. Pedro experimentó en carne propia la importancia de la oración; por ello, aconseja a los creyentes con total convicción.
El apóstol explica: "Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos de la misma mentalidad" (1 Pe 4:1). Esto significa que, al recordar el sufrimiento de Jesús en la cruz, podemos abandonar nuestros deseos carnales y someternos a la voluntad de Dios (1 Pe 4:2). Si no asimilamos en lo profundo de nuestro corazón el sufrimiento de Cristo, corremos el riesgo de deslizarnos en cualquier momento por el camino de la concupiscencia y el desenfreno. El apóstol advierte: "Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, borracheras, orgías, disipación y abominables idolatrías" (1 Pe 4:3). Dicho de otro modo, dejar atrás la vida pecaminosa y entrar en la senda de la santidad depende crucialmente de la comprensión real que tengamos del sufrimiento de Cristo en nuestro interior.
En 2 Pedro 3, el apóstol añade que "vendrán en los postreros días burladores, diciendo: '¿Dónde está la promesa de su advenimiento?'" (2 Pe 3:3-4), e insta a los creyentes a guardarse de quienes ridiculizan la fe. Sin embargo, Pedro se refiere a la providencia divina que rige la historia, haciendo notar que el juicio por agua en tiempos de Noé fue un hecho real (2 Pe 3:6). Del mismo modo, el juicio final por fuego acontecerá sin falta, por lo que debemos confiar en Dios y velar (2 Pe 3:7, 10). Esta verdad escatológica, que se aplicó en los tiempos de Pedro, también se aplica a la Iglesia hoy día. El pastor David Jang recuerda frecuentemente que "el tiempo de Dios no se mide con un reloj ni se limita a la cantidad, sino que se trata de un 'tiempo cualitativo' en el que se cumple la historia de la redención". El creyente debe vivir cada día en esta corriente de la historia salvífica "con responsabilidad ante Dios", impulsado por un profundo sentido de llamamiento.
Quien vive consciente de la cercanía del fin no pierde la actitud de "ser sobrio y velar en oración". Y Dios, que conoce nuestra debilidad, nos otorga cada día la fuerza necesaria a través del Espíritu Santo. El pastor David Jang sintetiza este aspecto como "la fuerza de la oración, el hábito de la oración que despierta nuestra alma hasta que se cumpla el tiempo de Dios". Especialmente, la presencia del Espíritu Santo que se experimenta en la adoración y las reuniones de oración de la comunidad cristiana aporta un gran sostén para no sucumbir en medio de las pruebas y dificultades. La verdadera oración implica entregar nuestro corazón a Dios y, a la vez, escuchar Su voz. No se limita a expresar nuestras peticiones, sino que nos impulsa a discernir la voluntad divina y a comprometernos a obedecerla.
Aplicar hoy día la exhortación de Pedro, "sed sobrios y velad en oración" (1 Pe 4:7), significa que, incluso en medio de la incertidumbre, hemos de mirar a Dios y aferrarnos a la esperanza. Aunque proliferen el escarnio y el desenfreno, o se extienda el escepticismo general, no tenemos motivo para dejarnos arrastrar. Más bien, cuanta más se intensifique la oscuridad, más debemos arraigarnos en la oración que nos conduce hacia la luz y, así, asir con firmeza nuestra identidad como creyentes. Visto así, la tensión escatológica jamás equivale a temor y desesperanza; más bien, nos confirma que hay un momento establecido por nuestro gran Dios, y anhela el triunfo y la gloria definitiva que él nos brinda, llevándonos a vivir el presente con seriedad y valor. Esta es la actitud correcta que todo creyente ha de adoptar al acoger las palabras "el fin de todas las cosas se acerca", coincidiendo con la enseñanza de Pedro y del pastor David Jang: "Velad en oración".
II. Amaos fervientemente y servid con vuestros dones
En 1 Pedro 4:7 y los versículos siguientes, el apóstol traza instrucciones prácticas para prepararse ante el fin. "Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubrirá multitud de pecados" (1 Pe 4:8). Este versículo expresa la esencia de la comunidad cristiana. Cuanto más se aproxime el fin y más oscura sea la realidad del mundo, más profundo debe ser el amor entre los creyentes. No es una simple recomendación moral, sino un mandato que se conecta directamente con la enseñanza de Jesús (Jn 13:34-35) y la plenitud del "nuevo mandamiento".
Al abordar los conflictos que surgen dentro y fuera de la Iglesia, el pastor David Jang insiste en que "la vía para resolver las discordias entre creyentes, en definitiva, surge de los principios de amor y perdón que nos revela el Evangelio". El amor no es un sentimiento abstracto, sino una práctica concreta, y en ocasiones se manifiesta en forma de "perdón" que trasciende heridas y dolor. Pedro mismo, tras negar tres veces a Jesús, recibió el perdón del Señor y fue restaurado a su posición de discípulo. Esa experiencia lo llevó a proclamar con mayor énfasis: "El amor cubrirá multitud de pecados". Cuanto mayor sea el perdón que hemos recibido, mayor será también el amor y el perdón que debemos ofrecer a los demás (Lc 7:47).
Cuando llega el fin del año o se aproxima uno nuevo, es bueno examinar el resentimiento y el rencor acumulados en nuestro corazón para ponerlos en orden. "Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones" (1 Pe 4:9) es una exhortación que nos llama a reflexionar. Somos peregrinos, de ahí que, si no nos hospedamos y cuidamos mutuamente, se desvirtúa la esencia de la comunidad cristiana. En la Iglesia primitiva, la mayoría de los creyentes se hallaban en condición social y económica precaria; vivían dispersos, por lo que la hospitalidad y la ayuda mutua eran vitales. Hoy día, la Iglesia sigue siendo "forastera" en el mundo. Por tanto, en lugar de buscar nuestro propio beneficio con estrechez de miras, debemos atender las necesidades de los demás y ofrecer ayuda práctica a quienes son más frágiles.
El pastor David Jang califica este espíritu de atender al peregrino como la "hospitalidad bíblica al forastero" (cf. Lv 19:33-40). Explica que la Iglesia debe manifestar el amor de manera concreta a favor de los marginados y necesitados. La hospitalidad no se limita a los recursos materiales; a veces, basta con una palabra de consuelo, dedicar tiempo y atención o prestar un oído comprensivo para compartir la vida. Además, la frase "sin murmuraciones" reviste gran importancia, pues nos ayuda a evaluar nuestra disposición interior. Cuando servimos con renuencia o por pura obligación, acabamos perdiendo el gozo y nos agotamos pronto. El verdadero servicio nace de la fuerza motriz del amor de Cristo y se hace posible por la obra del Espíritu Santo en nuestro interior.
A continuación, el apóstol Pedro añade: "Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios" (1 Pe 4:10). En griego, la palabra "carisma" (χάρισμα) significa "don de gracia". Toda dádiva proviene de Dios; por ende, no es motivo de jactancia ni arrogancia, sino que debe emplearse para servir. Romanos 12 y 1 Corintios 12 enumeran, asimismo, varios dones: profecía, servicio, enseñanza, exhortación, administración, dar, hablar en lenguas, sabiduría, ciencia, etc. Todos ellos existen para edificar la Iglesia (1 Co 14:12).
No obstante, Pedro no detalla exhaustivamente la lista de dones, sino que los clasifica en dos grandes ámbitos: "el que habla" y "el que sirve" (1 Pe 4:11). "Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da" (1 Pe 4:11). Aquí se alude a los ministerios de predicación y enseñanza, así como a las labores de administración, socorro y cuidado. Quien sirve con la Palabra debe hablar como portavoz de Dios, no esgrimiendo sus propias opiniones; y quien sirve en la práctica debe apoyarse en la fuerza que Dios provee, no en su capacidad humana. Así, todo servicio y ministerio tienen como meta final "que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo" (1 Pe 4:11).
El pastor David Jang subraya con fuerza la expresión "conforme al poder que Dios da". Si solo nos valemos de nuestro entusiasmo o fortaleza humana al servir, en algún momento chocaremos con nuestros límites y nos desanimaremos. Sin embargo, quien busca la plenitud del Espíritu a través de la oración y la Palabra experimenta una sorprendente renovación y un gozo inefable para continuar sirviendo. Esto se manifiesta en la comunidad de múltiples maneras: algunos edifican la Iglesia a través de la dirección de la alabanza, otros por la enseñanza y consejería, algunos mediante la ayuda económica, otros por medio de la música, y aún otros en tareas de limpieza, mantenimiento y servicio de alimentos. Aun siendo diversos los roles, la fuente de energía es la misma. Recibimos gracia para compartirla con los demás, y así rendimos gloria a Dios: esta es la postura del "buen mayordomo".
A medida que el fin se acerca, los desafíos que enfrenta la Iglesia podrían intensificarse. Tal como ocurrió durante la pandemia, puede que se vean afectadas la vida de fe y los cultos, o bien surjan dificultades económicas y psicológicas. Pero precisamente en esos momentos se revela la fuerza intrínseca de la Iglesia. Cuando el mundo se sume en el caos y muchos se hallen sumidos en el miedo y la incertidumbre, la Iglesia debe testificar el reino de Dios mediante el amor ardiente y el servicio. El pastor David Jang a menudo afirma: "En ocasiones, la Iglesia brilla más en medio de las mayores crisis y adversidades". Si miramos la historia, vemos que, en épocas de persecución, guerra o epidemias, los creyentes han respondido con una fe más pura y valiente, cuidando de los enfermos y arriesgando la vida por servir. El testimonio de muchos santos que se pusieron al servicio de los demás aun a costa de su propia vida confirma la razón de ser de la Iglesia.
Actualmente, podemos aplicar esta enseñanza a nuestra propia vida. ¿Qué dones hemos recibido? ¿Estamos usándolos apropiadamente? ¿Sentimos satisfacción al amar y servir a otros dentro de la comunidad, o lo hacemos por deber y con desgana? Si nuestro servicio no se llena del gozo, la libertad y la gratitud que provienen de Dios, necesitamos revisar nuestros corazones. Además, para encarnar de verdad que "el amor cubre multitud de pecados", debemos antes tomar conciencia de cuán grande ha sido el perdón que nosotros mismos hemos recibido. Solo así podremos perdonar a los demás, cubrir sus faltas y, más aún, invitarlos a cooperar en el avance del reino de Dios.
Especialmente cuando surgen conflictos o choques de opinión en la Iglesia, hace falta el amor que ofrece la sabiduría para resolverlos. El amor no implica ignorar el conflicto o taparlo con evasivas. Significa más bien dialogar honesta y suficientemente, teniendo como meta final la comprensión, la reconciliación y el crecimiento conjunto. Cuando Pedro afirma: "Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones" (1 Pe 4:9), piensa en la costumbre de la Iglesia primitiva de compartir la mesa y la comunión fraterna. Cada vez que comían juntos, recordaban el amor y el Evangelio de Cristo. A día de hoy, la comunión en torno a la mesa o la convivencia en grupos pequeños sigue siendo de gran importancia. Es en ese espacio donde compartimos nuestra vida diaria, motivos de oración, gratitud y preocupaciones, de modo que el amor y el perdón se encarnan con mayor realidad.
El pastor David Jang ha invertido gran esfuerzo en establecer bases misioneras en distintos países, respetando la lengua y cultura de cada lugar sin dañar la esencia del Evangelio, y fomentando una red integral. Ello implica encontrar y capacitar a cada persona de acuerdo con su don y llamado: unos como pastores, otros como líderes de alabanza, algunos como investigadores teológicos, otros como servidores y promotores de la justicia social, etc. El pastor David Jang dice que "la Iglesia produce más sinergia y frutos cuando todos los ministerios y dones trabajan en armonía".
En resumen, 1 Pedro 4:7-11 presenta tres mandamientos, enmarcados en dos grandes temas:
- "Sabiendo que el fin de todas las cosas se acerca, velad y orad". La escatología nos insta a vivir el presente con mayor seriedad, evitando caer en deseos mundanos y, en su lugar, imitando el sufrimiento de Cristo con una vida santa. Esta actitud de vida se materializa en la sobriedad y la oración vigilante. El pastor David Jang, siguiendo el ejemplo de Pedro-quien conoció la caída por la falta de oración y la restauración gracias a la gracia divina-, ha recalcado constantemente la importancia de velar en oración. Ante pandemias o desastres, la Iglesia, por encima de todo, ha de perseverar en la oración vigilante: una verdad que trasciende épocas y circunstancias.
- "Amaos con fervor y servid según los dones que habéis recibido". En la comunidad cristiana, la expresión máxima del amor consiste en cubrir las faltas de los demás, dar hospitalidad a los que llegan en condición de forasteros y poner al servicio común los dones (carismas) que Dios nos ha dado. De este modo, incluso en la densidad de la oscuridad que envuelve al mundo, la Iglesia sigue siendo sal y luz. El amor cubre multitud de pecados, los dones edifican la comunidad y todo servicio se realiza con la fuerza que provee Dios. De ahí que la gloria siempre sea para él, y el mundo vislumbre en ese amor y servicio la esencia del carácter divino. El pastor David Jang afirma que, cuando la Iglesia vive de este modo, conforme se acerque el fin, más fuerte y solidaria se vuelve la verdadera comunidad de fe.
La afirmación "el fin de todas las cosas se acerca" no es un anuncio de desesperación, sino una invitación a la esperanza. Para quienes reconocen a Dios como Señor de la historia y creen que, en la segunda venida de Jesucristo, él establecerá plenamente la justicia y el amor, el fin no produce terror, sino veneración, expectativa y una mayor motivación para vivir en estado de alerta. Así, debemos orar con sobriedad y con un corazón vigilante, amarnos con fervor y practicar el Evangelio mediante el servicio concreto. Este es el mensaje que nos transmiten el apóstol Pedro y el pastor David Jang cuando insisten en esta enseñanza.
"A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén" (1 Pe 4:11).
Al final, la escatología y la praxis comunitaria convergen en la glorificación total de Dios. Todo don procede del Señor, incluso el poder para ejercerlo viene de él, y la gloria que se deriva de nuestro servicio también debe retornar a Dios. Este es el colofón del "buen mayordomo", que aglutina la humildad y la consagración del creyente. En numerosos escritos y predicaciones, el pastor David Jang ha reiterado: "Al final, no tenemos nada de lo que jactarnos; tan solo somos mayordomos, pues todo procede de Dios y a él vuelve". Solo quien no olvida esta verdad puede servir a la Iglesia con humildad y amor hasta el fin.
Recapitulando, tras un extenso análisis, podemos condensar 1 Pedro 4:7-11 en dos grandes ejes:
- "Sabiendo que el fin de todas las cosas se acerca, velad y orad."
La perspectiva escatológica nos urge a vivir el presente con mayor seriedad, a no dejarnos arrastrar por el pecado, a imitar los padecimientos de Cristo y aspirar a la santidad. Se concreta en la "sobriedad" y la "oración constante". El pastor David Jang ha subrayado la importancia de la oración tanto como Pedro, que aprendió en carne propia las consecuencias de no orar y la gracia restauradora que se experimenta al hacerlo. Ni la pandemia ni otra clase de crisis deben hacernos perder la "oración vigilante": es un principio inmutable a lo largo de la historia. - "Amaos fervientemente y servid con vuestros dones."
La comunidad cristiana se edifica en el amor que cubre las faltas, en la hospitalidad hacia los forasteros y en la entrega de los dones y carismas para el servicio mutuo, brillando en medio de la oscuridad de los tiempos. El amor cubre pecados, los dones edifican la Iglesia y el servicio se realiza con la fuerza que Dios concede. Como resultado, la gloria se rinde a Dios y el mundo atisba la naturaleza divina a través de la vida amorosa y servicial de la Iglesia. El pastor David Jang enseña que, cuanto más se acerca el fin, más se robustece la comunidad verdadera, cimentada en el amor y el servicio.
La proclamación "el fin de todas las cosas se acerca" no busca suscitar un miedo morboso ni satisfacer la curiosidad sobre escenarios apocalípticos, sino impulsar la pregunta fundamental: "¿Cómo estamos viviendo hoy delante de Dios tanto yo como la comunidad eclesial?". A diferencia de quienes se dejan seducir por el desenfreno y el placer, el creyente es llamado a mantener la sobriedad, la oración atenta, el amor mutuo y el compromiso solidario con el prójimo. Responder a este llamado convierte a la Iglesia en luz para el mundo y anticipo del Reino de Dios.
1 Pedro 4:11 concluye con estas palabras: "A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén". De este modo, la escatología y la praxis cristiana culminan en la adoración a Dios. Todos los dones los hemos recibido de él; la energía para usarlos procede de él; y la gloria que se derive de nuestro servicio ha de retornar a él. Ese es el último requisito del buen mayordomo y la culminación de la humildad y la entrega cristiana. El pastor David Jang también ha afirmado en incontables conferencias y escritos: "En último término, no tenemos nada de qué presumir como si fuera nuestro; Dios es la fuente de todo, y a él todo vuelve". Quien recuerda esto puede perseverar sirviendo a la Iglesia en humildad y amor hasta el fin.
Amén.



















